jueves, 28 de noviembre de 2013

Esas cosas llamadas becas



Una beca es una subvención. Una subvención es la acción de subvenir a alguien. Subvenir significa venir en auxilio de alguien o acudir a las necesidades de algo.

Estudiar en una universidad, está, en teoría al alcance todos. La universidad es, teóricamente para facilitar una enseñanza superior. Hoy en día, queremos creer que esa enseñanza superior está al alcance de todos, ya que hay becas para los estudiantes con dificultades económicas.

Señores, esto no son más que burdas falacias. Engaños traicioneros y de la más baja calaña.
Señores, a quien de verdad sus padres no pueden ayudarle y encima, con la justificación más absurda, no le dan una beca esta muy jodido va a pasar las de Caín.

Estudiar y trabajar 20 horas a la semana, que es lo mínimo necesario para poder vivir con una mínima dignidad y sin tener que morir de hambre, es un desafío logístico, físico y emocional diario.

No quiero tener que escuchar más veces un „vuelva a intentarlo el año próximo“, „tenga usted en cuenta que hay gente que está ya en el último semestre, y esta es su última oportunidad“. Y yo qué? Que sí, que este final de post está escrito con rabia, pero cansa ver que a uno más que facilitarle las cosas se las ponen difícil. Muchas veces por no tener la nacionalidad adecuada....

miércoles, 27 de noviembre de 2013

...caos a granel...






...llevo meses en la luna...contemplando mi vida en super ocho...sentada en esa dura roca con agujeros donde guardo mis secretos...las gafas de sol me dejan mirar al sol a la cara sin que me dañe...su calidez intenta penetrar en este cuerpo helado...el viento de levante sopla jugando a despeinarme...consiguiendo ocultarme más y más...el mar...oleaje susurrante que me invita a sumergirme...quizá sean las sirenas que me canturrean...me gusta pensar que me camuflo en este paisaje lunar...puede incluso que parezca invisible...no se si perdí mis superpoderes por el camino...la verdad es que estoy y soy más arcademonio que nunca...ya no se si vuela mi imaginación o yo...quizá haya desplegado mis alas y me esté dejando llevar por este viento...el caos se apodera de mi...o quizá sea yo quien haya comprado el caos a granel...cada vez más nocturna...hasta la brújula se niega a indicarme el camino de vuelta...sin rumbo...prefiero contemplarte en silencio...e ir dejando a hurtadillas besos en tus bolsillos...

martes, 26 de noviembre de 2013

Carácter



Soy una mujer con carácter. Toda persona que se haya topado conmigo en su camino lo sabe.
Hago lo que creo conveniente de la manera que estimo oportuna, sin que esto quiera decir ni mucho menos, que hago lo que me viene bien.

Si quiero ir a leer al canal lo hago.
Si quiero irme de fiesta, miro cuando es posible, y lo hago.
Si quiero tomarme un café aunque todos lo de la mesa se estén tomando una cerveza, lo hago.
Si quiero tomarme una copa de vino aunque todos en la mesa se estén tomando una tila, me tomo la copita de vino.

Si estoy en contra de hacer algo concreto, no lo hago, aunque la presión social sea mucha.
En cambio, so creo que debo hacer algo, lo hago. Sin paños calientes.

No me gustan las personas que hacen lo que el grupo haga.
No me gustan las personas que no hacen lo que quieren, porque el resto no lo hace.
No me gustan las personas que se quedan a medias.

Creo que cada uno debemos de ser como somos, y sí, por supuesto tratar de mejorar los desfecto que tengamos y aprender cada día de nuestra vida. Pero para ésto, no es necesario perder nuestra esencia.

sábado, 23 de noviembre de 2013

La institucionalización del estado policial: «ley de seguridad ciudadana» y represión social

 
 


 
Al gobierno español no le bastaron las medidas jurídicas y policiales que ya a principios de 2012 barajaba para contener la movilización popular que, previsiblemente, sus políticas de ajuste perpetuo vienen generando desde entonces. Todo indica que en los próximos años no habrá cambio de dirección: la oligarquía gobernante continuará con sus prácticas de saqueo privado y estrangulamiento público, apadrinando el enriquecimiento ilícito de las clases dominantes y el empobrecimiento generalizado de las clases subalternas. En ese contexto, no es difícil anticipar que el arco de la conflictividad social se tensará más todavía. De ahí el nuevo movimiento anticipado del gobierno, preocupado por regular los movimientos sociales contestatarios y ocupado en el oneroso trabajo de destrucción de los restos del estado de bienestar, la reestructuración oligopólica del mercado capitalista y la restauración de una cultura tradicionalista y jerárquica.
 
La escalada autoritaria que se sucede desde hace varios años reafirma que la política represiva es la contraparte necesaria del neoconservadurismo. La inminente aprobación de la nueva “Ley de Seguridad Ciudadana”, en este sentido, debe interpretarse como un capítulo más de esa política. El planteamiento de ese proyecto de ley es claro: proscribir aquellos instrumentos de lucha popular que, virtualmente, se muestran más eficaces. Realizar convocatorias por medios digitales, participar en escarches, insultar a la policía, manifestarse frente a instituciones del estado o filmar las actuaciones policiales, entre otros actos, podrían ser considerados faltas graves o muy graves penalizadas con multas siderales. A partir de ese momento, la discrecionalidad de los poderes estatales quedará reasegurada por ley: una suerte de mordaza ciudadana que amplía la impunidad policial, blinda a las autoridades políticas ante las protestas, abre la puerta a la generalización de detenciones arbitrarias y a las identificaciones masivas y, en definitiva, penaliza a aquellos que manifiestan su disconformidad con respecto a las políticas oficiales.
 
No se trata de ninguna exageración. La gravedad institucional de esta iniciativa legislativa está fuera de duda. Y -lo que no es menos grave- es de temer que los posibles conatos de protesta ciudadana no sean suficientes para detener la deriva antidemocrática que implica. El respaldo inconmovible de una parte del electorado que permitió a la derecha neoconservadora el acceso al gobierno constituye un contrapeso retórico frente a los movimientos disidentes, sumidos en una fragmentación alarmante que es preciso revertir. La política de la fuerza se ampara en la tautología de invocar la fuerza (electoral) para hacer política (reaccionaria). Da lugar a la institucionalización del «estado policial»  (instaurando la excepcionalidad como norma de actuación). Con ello, cortocircuita el discurso dominante que presupone la condición democrática de nuestras sociedades. Ante semejante regresión histórica, los llamados a la conciliación son tan vacíos como indeseables.
 
Si la derecha mediática presenta esta iniciativa legal como una suma de rectificaciones y actualizaciones de una regulación “deficitaria” del derecho de manifestación (que favorecería el “vandalismo” o el “incivismo”), es tarea de la izquierda mostrar cómo detrás de esta intervención lo que se pone en jaque es la libertad de organizar y participar en acciones de protesta sin convertirse en objeto de una vigilancia permanente y un castigo siempre latente, sustraídos ellos mismos de cualquier control público.
 
Lejos de tratarse de una “sana tarea de administración de los límites” para garantizar la “normalidad democrática”, esta nueva regulación autoriza el uso discrecional de las fuerzas policiales y la limitación autoritaria del derecho de reunión y manifestación. No sólo cabe sospechar esa presunta “normalidad”, demasiado próxima a la regularidad del abuso. Lo relevante en ese contexto es la representación de la protesta como una “amenaza a la paz social”. El correlato de esa representación es concebir el «orden público» como un cementerio en el que no hay posibilidad de discrepancia. Construir esa discrepancia como “atentado” es la violencia misma de un sistema político que rebasa las fronteras nacionales: sanciona la censura ideológica como procedimiento de una (pseudo)democracia tutelada por los poderes económico-financieros trasnacionales más concentrados.
 
Por eso sería un error, desde este ángulo, leer la política de criminalización en clave exclusivamente local. Más bien, constituye una respuesta glocala una previsión técnica de los expertos del ajuste: es seguro que ciertos grupos no se limitarán a consentir sin más la nueva contracción de oportunidades sociales que afecta al capitalismo en su fase actual. La intensificación de la represión, por tanto, no es en absoluto un fenómeno territorialmente circunscripto. Los proyectos de control -dignos de ciencia ficción- no cesan de multiplicarse, incluyendo desde luego el espionaje masivo, la persecución de activistas o el asedio a los que conciben el periodismo como una actividad informativa esencialmente crítica con respecto a los poderes establecidos. Ante la mirada incrédula de quienes reducen estas prácticas para-legales a cuestiones de seguridad, la globalización del estado policial es cada vez más real. Augura una nueva era de control: una suerte de ciudad gótica que, para prevenirse de la “turba revolucionaria”, es gobernada por mafias organizadas que han instalado el crimen y la corrupción como parte normal de su funcionamiento.
 
En suma, el endurecimiento de las leyes jurídicas en España es síntoma de una transformación política mucho más vasta. La restricción globalizada de las libertades ciudadanas, sea bajo el pretexto de la lucha contra el Terror o de la defensa del Orden, continúa su curso totalitario. El umbral que estamos atravesando no parece uno más entre tantos. La pesadilla de una sociedad administrada -proyectada en una pantalla de plasma en la que hablan personajes inapelables-, tanto más consistencia adquiere cuanto más teme el espectro de una revuelta. En particular, esa pesadilla se hace más vívida cuando lo fáctico se convierte en ley. Armar la fuerza de derecho es la estrategia al uso. Doble constatación: el abuso de autoridad como práctica normalizada y la conversión del abuso en norma legalmente sancionada.
 
Esgrimiendo amenazas venideras, el capitalismo no cesa de expandir el campo de lo siniestro, incluyendo el abandono del que son víctimas millones de seres humanos. Es cierto que no basta la imposición del miedo a los cuerpos o la penalización de las conciencias disidentes para desmontar resistencias sociales más o menos estructuradas. Pero la ofensiva ideológica es nítida. Por otra parte, no cabe subestimar el poder de las clases dominantes para producir adhesiones colectivas, bajo la expansión de una cultura masiva que a la vez que pone el éxito económico en la cúspide, naturaliza la exclusión como parte del juego. La “democracia” reducida a un procedimiento de alternancia entre oligarquías parlamentarias convierte la participación en delito. Aunque entre ese sistema formal de representación y el totalitarismo pueden plantearse algunas diferencias relevantes, las fronteras entre uno y otro se hacen cada vez más confusas. Es claro que el objetivo de esas oligarquías no es salvaguardar la convivencia humana, sino restablecer el mandato de la obediencia: la no aceptación de la desigualdad normativizada se construye como reprobable. Y si las falsas promesas de la pertenencia auguran la posibilidad (siempre postergada) de participar en los restos de un festín obsceno, la maldición de la exclusión social también compromete, de antemano, una impugnación jurídico-policial. Por definición, los restos del sistema son sospechosos y objeto permanente de penalización: culpables metafísicos de su “fracaso” existencial.
 
Es en ese campo en el que se hace inteligible el proyecto neoconservador hegemónico. Lejos de agotarse en la disputa por el sentido de lo público o el reparto de la riqueza, ese proyecto apuesta a consagrar con fuerza de ley la cadena jerárquica de autoridad. De ahí la transformación cultural profunda que implica, en particular, el abandono del ideal mismo de la «sociedad» como «comunidad de semejantes» y de los valores y prácticas que lo sostienen. La restauración de las jerarquías y la proliferación de desigualdades son planteadas no ya como déficits a corregir, sino como normas que suplementan aquel ideal malogrado en diversas experiencias históricas. Lo que antaño se juzgaba como injusticia es formulado desde esta perspectiva como parte inevitable de la competencia ilimitada en que quieren convertir la existencia. Laconcentración de poder económico, en vez de ser condenada como un desequilibrio a corregir mediante la intervención estatal, es legitimada como parte del juego de la “libre iniciativa privada”. La impunidad de los poderosos no es sino la consagración de este enlace espurio entre riqueza y legitimidad: la burguesía es declarada a priori inocente; puesto que es exitosa no puede ser culpable. La falacia se institucionaliza como sistema judicial radicalmente clasista: los damnificados son inculpados por los delitos que otros cometieron. No les basta borrar las huellas del crimen perpetrado; también se proponen invertirlo, imputando a las víctimas y desplegando un aparato de control que incumple las normas jurídicas que aplica a los otros.
 
 


 
La movilización total del bloque hegemónico significa, ante todo, una declaración de guerra a las clases populares y medias, aunque esa guerra no suponga de forma invariante la eliminación directa del otro. Habitualmente, alcanza con derrotarlo en una dimensión moral e intelectual: que acepte lo existente como el mejor de los mundos posibles o, al menos, que se resigne ante su supuesta inevitabilidad. Sorprenderse del impudor cínico de sus portavoces es vano. Seguirán dando por sentado, a pesar de la evidente contradicción de los términos, que la “naturaleza” de la sociedad es la desigualdad. Dentrode esta lógica, lo que no se acepta voluntariamente ha de ser aceptado de manera forzosa mediante la coacción policial y judicial.
 
La democracia devaluada se hace manifiesta como inversión suprema: la violencia es proclamada como derecho. Invocando la razón de estado (cada vez más, la razón de mercado) la irracionalidad de la injusticia no hace sino expandirse. Seguirán experimentando con los límites de la “sociedad” convertida en laboratorio: no es dado conocer su grado de resistencia hasta que no se pone a prueba su “umbral de tolerancia”. Dicho en otros términos: hasta que no se indaga en su capacidad para soportar lo insoportable. Claro que en esa “sociedad” no se distribuyen de forma aleatoria las carencias y privilegios: la economía política del sacrificio, a la vez que amplía de forma permanente el círculo de seres humanos potencialmente sacrificables, exime a sus principales mentores.
 
A nivel nacional, las condiciones en que se despliegan las actuales luchas distan de ser favorables, en tanto las asimetrías de poder no cesan de agravarse. Que el gobierno logre amordazar a aquellos grupos políticamente más activos no es una fatalidad, sino producto (relativamente incierto) de una pugna. La situación de partida es inequívoca: el partido gobernante cuenta no sólo con el apoyo de un sistema judicial dominado por una mayoría conservadora o una fuerza policial obediente sino también con el respaldo de las oligarquías económico-financieras, el beneplácito de la troika europea y la connivencia vergonzante de una parte nada menor de la ciudadanía.
 
Seguir denunciando la criminalización de la protesta social no alcanza si no es complementada con fuertes réplicas colectivas, desplegadas de forma simultánea en diversos frentes, desde la interposición de recursos jurídicos hasta la participación crítica en los medios masivos de comunicación, sin olvidar instrumentos como la movilización social permanente, la generalización de la desobediencia civil, las huelgas generales o las huelgas de consumo, entre otros. Aunque las resistencias locales a ofensivas globales resulten insuficientes, constituyen un momento insoslayable.
 
El objetivo de domesticar la protesta social sólo puede ser revertido mediante la articulación de diferentes luchas sociales. Que algo similar pudiera producirse no depende de la espontaneidad de los movimientos sino de la construcción de un proyecto colectivo de otro signo político. Que semejante proyecto se insinúe en el horizonte actual dista de ser algo evidente: forma parte de nuestras irresoluciones más apremiantes.
 
 
Arturo Borra

viernes, 22 de noviembre de 2013

"Volver a la vida": una entrevista a Primo Levi


Decir con Primo Levi: “Habría que hacer poesía con Auschwitz o, al menos, teniendo en cuenta Auschwitz”. Porque en el horizonte asoma el horror otra vez. El desentendimiento con respecto a los otros, es decir, la injusticia radical. En ese contexto, ¿cómo podría la poesía mirar para otra parte sin suicidarse?

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

La verdad del emigrante



Cada uno cuenta la película tal y como la ve. La verdad es muy relativa, ya que cada uno de nosotros cuenta su verdad. Ésta suele estar influenciada por la subjetividad de la persona.

Emigrar es muy duro. Para cualquiera. Si bien es cierto que el choque cultural entre ciertos países o continentes siempre será mayor que en otros. El conocimiento del idioma y las costumbres siempre facilitan el proceso de integración, pero aún así todos los comienzos son duros.

Las vivencias y experiencias de cada uno, son las que marcan la opinión que tenemos respecto a algo. Si tenemos cierta predisposición a ver lo negativo, siempre nos resultará muy difícil ver lo positivo de la situación.

Cuando llegué a tierras germanas no las tenía todas conmigo. Ni mucho menos!. Creo que yo, como muchos de los que dejamos nuestro país de origen, hemos pasado lo nuestro y hemos tenido que superar obstáculos. En algunos casos han sido muchos. Sin embargo me esfuerzo por ver lo positivo y trato de sacar lo mejor de cada situación, aunque ésta no me haga feliz. Y es por ésto, por lo que me parece absurdo la actitud de ciertas personas, que se empeñan en remarcar lo negativo del país en el que viven. Se regodean en su propia miseria y sufrimiento.

Ver y tomarse las cosas con humor ayuda a no perder el ánimo, pero tratar de ridiculizar ciertas costumbres o normas sociales del país me parece innecesario y dañino. Yo siempre digo que fuera de mi casa acato normas y convenciones germanas, lo que ocurra dentro de mi casa es jurisdicción mía. Pero aún así, a pesar de comentar habitualmente los aspectos que no me gustan de vivir en Alemania, no me empeño ni en sacar lenna del árbol caído ni es exagerar lo vivido.

martes, 19 de noviembre de 2013

Erasmus



De todo hay en la viña del Señor, por lo tanto habrá estudiantes aplicados que se esfuerzan y estudiantes sinvergüenzas que no merece tener una plaza en la universidad. Exactamente lo mismo pasa con los estudiantes erasmus, lo hay que van a disfrutar y conocer un país nuevo a la vez que se esfuerzan en formar parte activa de la universidad. Y lo hay que hacen honor al ya conocido mote, orgasmus.

Yo creo que lo cortés no quita lo valiente y que hay disfrutar y trabajar a partes iguales. El año erasmus se supone que debe abrirnos puertas para el futuro. Pero no solo puertas hacía una orientación laboral, si no puertas hacia nuestro interior. Este anno debería servir para conocerse un poco más a uno mismo y para madurar y empezar a ser verdaderamente autónomos.

La ayuda económica a los erasmus, es de risa. Y digo de risa por tomarnos la vida con filosofía y no estar todo el rato bañadnos en un mar de lágrimas. Hay una cuantía fija (pero variable de año en año) que otorga el gobierno español. A esta cantidad se le pueden sumar, sino me equivoco otras 2 ayudas, dependiendo de la comunidad autónoma. Una ayuda propia de la comunidad de proveniencia y la otra ayuda proviene de fondos europeos.

Si uno tiene la suerte de conseguir las tres, puede que disfrute, dependiendo de la Comunidad Autónoma, de un poco de desahogo económico. Aún así el año erasmus es mucha más caro que un año normal. Y no, no hablo de tener un presupuesto desorbitado para fiestas, sino más bien de todos los gastos iniciales que hay.

El año erasmus no está pensando para estudiantes de familias humildes, está pensando y diseñado más en la medida de estudiantes de familias pudientes. Y digo esto, porque señores, las becas y ayudas que da el estado español para educación son tan irrisorias y paupérrimas que aquí ya sí que no puedo reírme y tengo que contener las lágrimas.

Señores del (des)gobierno español, un contrato firmado y aceptado por ambas parte, debe ser cumplido. No tienen derecho ninguno, ni debería tener poder para quitar las ayudas ya concedidas para el curso 2013/14.

Estos señores nos hunden....Los estudiantes que vengas después que tiemblen….